“Podemos vivir en una burbuja y podemos ser felices, aunque sigue siendo una burbuja”.

Jouhlab posa tras la entrevista.

Jouhlab (nombre ficticio) dice que vive en una burbuja. Una burbuja amplia, ella incluye a todos sus amigos cercanos y también a su familia, pero, con todo, una burbuja. Cuenta que, a sus 26 años, ha conseguido llevar una vida feliz. Su familia ha aceptado que es lesbiana, algunos de sus amigos más cercanos comparten orientación sexual, y a los demás los describe como “de mentalidad abierta”. “Menos en el trabajo, que no digo nada a nadie, yo puedo comportarme normal en todos los lugares”, confirma.

Lo cierto es que todas las mujeres lesbianas de Túnez sufren una doble discriminación: por un lado, la que marca el artículo 230 del Código Penal, que pena la homosexualidad con hasta tres años de prisión. Por otro, la que supone ser mujer en una nación donde el islamismo más radical echó raíces en el pasado y que todavía no ha conseguido sacudirse del todo. Y eso que, en lo que concierne a los derechos de las mujeres, este país del Magreb ha conseguido avances significativos: las parlamentarias llegan casi al 30%, récord en el mundo árabe, y desde hace unos meses hay una mujer por vez primera al frente de la alcaldía de la capital, algo que no ha pasado todavía en ninguna nación de la misma zona geográfica.

Yamina Thabet, presidenta de la Asociación Tunecina de Apoyo a las Minorías y médica de profesión, lo tiene claro cuando es preguntada sobre esta cuestión. “No resulta extraño que detengan a una mujer solo por ir de la mano por la calle con otra mujer. De hecho, es relativamente común”, afirma. Y prosigue cuando habla de feminismo. “Aquí las mujeres sufren violencia cada hora, en las calles, en las casas… Todavía es difícil hablar sobre sexualidad desde una perspectiva científica. Los hombres y las mujeres se supone que tienen los mismos derechos, pero oficialmente ellas, por ejemplo, deben llegar virgen al matrimonio. Los hombres no”, confirma.

Jouhlab afirma no haber sido nunca víctima de violencia, pero recuerda algunas fases difíciles de su vida. “La primera vez que me enamoré de una mujer fue con 24 años. Me dije: ok, te gusta esta chica, acéptalo. Tuve algo de miedo al principio, no quería ir con ella a lugares públicos ni pasear por la calle, pero me sentía muy bien. Paso a paso me acostumbré. Dejó de importarme que me vieran con ella. No en todos los lados, pero en muchos sitios sí”, afirma. Jouhlab ha vivido y disfrutado los avances obtenidos tras la revolución y achaca a los medios de comunicación estos avances. “Las generaciones más jóvenes ahora tienen cada vez menos problemas en expresar, en edades más tempranas, su orientación sexual. En los medios ven que la homosexualidad está más aceptada y para ellos es más fácil hablar sobre ello, no sienten represión”, razona.

Como la mayoría de las personas de la comunidad LGBTI en Túnez, Jouhlab califica el artículo 230 del Código Penal de “vergüenza” y opina sobre el futuro de su país en este sentido. “El problema es que no estamos seguros de que vaya a desaparecer en los próximos años. Hay mucha gente que está a favor de este artículo y no sé cómo va a evolucionar esto en el futuro. No sé si va a ir a mejor o a peor. Algunas cosas hacen que sea optimista: hay bares en los que puedes ver a dos hombres besándose, por ejemplo, y es algo que era impensable tan solo unos años atrás. Hay organizaciones, como Shams, que organizan eventos y tienen muchísima repercusión. No podíamos ni soñarlo en el pasado. Pero cuando ves las declaraciones de los políticos… Yo me voy a ir de Túnez dentro de un año y la razón principal es que soy lesbiana. Hay otras razones también, pero no sé si dentro de 10 años podré ser feliz aquí. No estoy segura de lo que va a ser de mi futuro…”, explica.

Jouhlab señala lo tradicional de la sociedad y el arraigo religioso como factores fundamentales de represión y principales obstáculos en el futuro, algo que no es ajeno al resto de países del Magreb. El último informe ‘Homofobia de Estado’ de ILGA (International Lesbian, Gay, Bisexual, Trans and Intersex Association), que cifra en 72 los países que criminalizan la homosexualidad y en 8 los que la castigan con pena de muerte, recoge términos parecidos. El escrito califica como “sumamente peligroso” la expresión de la diversidad sexual en los países del Magreb Marruecos, Túnez, Libia y Egipto y alerta del aumento de la presión sobre las minorías sexuales en estas naciones por “el incremento de la influencia y el control del movimiento islámico”.