Claudia Gallego, una joven en el camino de la Cooperación

Claudia Gallego en Guatapé, Colombia.

El pasado año de 2018 fui una de las 24 afortunadas beneficiarias de las becas formativas Berta Cáceres del programa Jóvenes Cooperantes Extremeñ@s. Este programa propuesto desde el Instituto de la Juventud de Extremadura junto a la Agencia Extremeña de Cooperación Internacional (AEXCID), apuesta por formar a jóvenes que ven en la cooperación un futuro profesional. A continuación, voy a contar un poquito de la gran experiencia que pude vivir.

El camino de la cooperación apareció en mi vida de forma inesperada. Terminando la universidad, y cada vez más metida en el activismo feminista, asistí a unas jornadas de Cooperación Internacional al Desarrollo motivada por comprender un poco mejor el mundo en el que vivimos. Empecé a formarme con pequeños cursos hasta el momento de comenzar la maestría y olvidar el tema por completo. Sin embargo, la Cooperación Internacional no tardó en aparecer en mi vida de nuevo: meses después recibí una llamada del programa Jóvenes Cooperantes y en menos de una semana estaba haciendo entrevistas y cogiendo un bus de camino a mi tierra natal, Extremadura, en donde empezaría a trabajar en esto de la Cooperación Internacional con la organización Fundación Triángulo.

Esta ONG ha liderado numerosos proyectos en la región de Extremadura, en otras regiones de España y también en otros países con los que mantiene redes de Cooperación Internacional, por la lucha y defensa de los Derechos Humanos de personas lesbianas, gays, bisexuales, trans e intersexuales; es por eso que supe que encajaría estupendamente en su proceso y que aportaría grandes claves para mi crecimiento profesional y personal.

A partir de ahí todo fueron nuevas experiencias. Comencé a formarme en Marco Lógico, en el marco legal de los Derechos Humanos de las personas LGBTI, en los principios de la Cooperación Internacional, los Planes Generales de la AEXCID… y por supuesto, puesta al día en el tema sobre el que desarrollaríamos nuestro trabajo en los próximos 8 meses: los grupos antiderechos y su discurso contra las personas LGBTI.

Resulta que el autobús tránsfobo de Hazte Oír que había estado recorriendo España durante varios meses en 2017 no era un hecho aislado ni una idea de unos cuantxs locxs. Al contrario, se trataría de una estrategia de difusión de grupos antiderechos o grupos fundamentalistas, organizados internacionalmente para luchar contra la garantía de derechos sexuales y reproductivos de las mujeres, la garantía de los Derechos Humanos de las personas LGBTI, y en contra de las políticas de género.

Como ya he dicho, estos grupos antiderechos están organizados internacionalmente mediante potentes y adineradas redes, transversalizando partidos políticos, grupos católicos, iglesias evangelistas, etc. Por ello, nos lanzamos a seguir su paso por dos países latinoamericanos: Perú y Colombia.

 

 

En el Perú, un país precioso con ecosistemas muy variados, una fuerte cultura ancestral y una exquisita gastronomía; aterrizamos en la nublada ciudad de Lima. Allí nos dio la bienvenida Promsex, una organización no gubernamental feminista que trabaja por la promoción y defensa de los derechos sexuales y reproductivos.

Como parte del equipo de Promsex, he podido estudiar cómo estos grupos antiderechos basan su discurso en la oposición a políticas educativas que buscan sensibilizar a la ciudadanía para evitar la discriminación por orientación sexual e identidad de género, así como la búsqueda de la igualdad de género y contra el ejercicio estructural de violencia hacia la mujer. También hemos conocido de primera mano cómo se articulan y la fuerza que tienen en el país, llegando a judicializar el Currículo de Educación Escolar 2016 e incidiendo sobre este para evitar la incorporación del enfoque diferencial y de género.

 

 

Dos meses después, aterricé en el caribe colombiano: la ciudad de Barranquilla me acogió con su caluroso clima, su música y bailes latinos, su diversidad étnica y racial y, por supuesto, con una presencia constante de lo que significa su famoso carnaval que se celebra durante el mes de febrero, considerado uno de los mejores del mundo. Desde Barranquilla trabaja Caribe Afirmativo, una corporación cada vez más grande que apuesta por el reconocimiento de los derechos y el acceso a la justicia de las personas LGBTI en el contexto de postconflicto colombiano, tras el Acuerdo de Paz entre el Gobierno y el grupo terroristas las Farc-EP.

Los grupos antiderechos en el país, han incidido precisamente en el que era el primer acuerdo de paz que consideraba a la orientación sexual, la identidad de género y la expresión de género como causas por las que ser objeto de violencia. De esta forma, desde nuestro trabajo hemos estudiado como su discurso y trayectoria han ido orientados a deslegitimar el Acuerdo de Paz y conseguir hacer desaparecer del mismo al movimiento LGBTI y el reconocimiento de esta violencia focalizada.  

De vuelta a casa, me llevo tantas cosas… que no se por dónde empezar a explicarme.

 

 

Me llevo momentos únicos de lucha: desde gritar que “America Latina va a ser toda feminista” y que “queremos que el aborto no sea un privilegio de clase” el 8 de agosto frente a la embajada de Argentina en Lima hasta oír las experiencias de violencia que las personas LGBTI migrantes venezolanas enfrentan día a día en la región del Caribe, o escuchar atentamente las imaginativas estrategias para vivir el amor libre en un país donde tu vida está en peligro por ello, aprender de líderes y lideresas indígenas y cómo educar a la comunidad frente al colonialismo heteropatriarcal imperante.

Me llevo lo fácil y lo difícil de ser una persona migrante por elección: absorber culturas diferentes a la tuya, ver hermosos paisajes que parecen de revista, bailar champeta, salsa y ballenato hasta acabar agotada; echar de menos a tu familia y amigxs; reaprender de nuevo la historia, conociendo aquello que no te enseñan en la escuela.  

Curarse del racismo, de la xenofobia, de la homofobia, de la transfobia, del machismo, del paternalismo occidental y del eurocentrismo, que tan fácilmente reproducimos y tan difícil se nos hace deconstruir. Y sintiendo una enorme gratitud por haber podido vivir todas estas experiencias que, sin duda, debo a partes iguales a aquellxs que he encontrado en el camino y a lxs que me han querido y apoyado desde la distancia.

Así ha empezado mi camino hacia la Cooperación, convencida de aportar un granito de arena más a esta montaña que es el trabajo por la garantía de los Derechos Humanos en todo el mundo.

Mounir Baatour: “Hay que seguir con esta lucha. No vale rendirse, no hay otra opción”.

Mounir Baatour, presidente de Shams por la Despenalización de la Homosexualidad en Túnez

Mounir Baatour es abogado y presidente de ‘Shams. Por la Despenalización de la Homosexualidad en Túnez’, la primera asociación reconocida y legalizada que combate la homofobia en este país del Magreb (fue inscrita en 2015, un año después de la aprobación de la Constitución del 2014, la más avanzada del mundo árabe). Nos recibe en su despacho de abogados, situado en un barrio a las afueras de la capital tunecina y adornado con multitud de galardones y reconocimientos recibidos por su labor como activista. Baatour habla de la situación LGBTI en su país, enumera los diferentes problemas y denuncia una de las prácticas más aberrantes llevadas a cabo por las autoridades tunecinas: los test anales como prueba irrefutable de que un hombre ha mantenido relaciones sexuales con otro y de que merece por ello ir a la cárcel.

— ¿Cómo definiría la situación actual de la comunidad LGBTI en Túnez?

— Para la mayoría de la gente, la situación es catastrófica.

— ¿A cuántas personas han detenido en este último año?

— Todavía no tenemos estadística del 2018, pero podemos decir que en 2017 fueron más de 70. Actualmente, en la cárcel donde más gente hay encerrada son unas 60.

— La homosexualidad en Túnez se pena con hasta tres años de prisión por el artículo 230 del Código Penal. Cuéntanos algo de este texto.

— Fíjate, ese artículo es de 1913, de la colonización francesa. Tiene más de 100 años de vigencia. El problema es que de ese artículo derivan los test anales, una tortura en la que un médico te introduce los dedos en el ano para comprobar si has mantenido relaciones sexuales. Es un tipo de tortura, así lo entendemos las organizaciones y también las personas que lo han sufrido.

— Hay activistas que cuando se refieren a los test anales, hablan de tortura y también de violación…

— Claro, porque lo es. Ambas cosas.

— Túnez está siendo tierra de grandes cambios sociales desde la revolución del 2011. ¿Son las leyes concernientes a la homosexualidad la excepción a esta evolución?

— El problema es que no hay voluntad política para cambiar esta ley. La mayoría de los partidos políticos dicen que no es tiempo de hablar de este artículo. Después de la revolución hubo progresos en la libertad de expresión, se permitió la libertad de asociación… Pero lo cierto es que de los 217 parlamentarios, menos de cinco se han manifestado a favor de derogar este artículo.

— Y más allá de los políticos, ¿qué dice la sociedad civil? ¿Cuál es su percepción de esta persecución?

Creo que, además de esta ley, hay un gran machismo en la sociedad. Eso es un problema. Mucha gente no respeta estas opciones y las mira como si fuera cosa de Sodoma y Gomora…

— ¿Qué hace Shams para combatir la homofobia?

Tenemos una línea de teléfono dedicada a la comunidad LGBTI para que se pongan en contacto con nosotros todas las personas que sufren persecución. También hemos lanzado el primer número de nuestra revista y, por problemas de financiación, no hemos podido crear un observatorio o llevar a cabo otros proyectos. Necesitamos financiación, es el único factor donde encontramos algunos problemas. También hemos creado la radio, la primera del mundo árabe, para difundir un mensaje de tolerancia y respeto.

— Creo que es lo que más ha sonado a nivel internacional…

Sí… Pero está orientada a toda la sociedad. Queremos mostrar la normalidad a todo el mundo, a las familias tunecinas, a la sociedad en general. Llevamos a gente para que hable de homofobia, de la violencia que sufren las personas homosexuales en Túnez.

—¿Habéis tenido problemas?

— Sí, en los inicios sobre todo, que recibimos amenazas de muerte y algunas cartas diciendo que iban a prender fuego a nuestro cuartel general, a nuestro estudio. Recibimos casi 5.000 amenazas.

— No surtieron efecto…

— ¡Por supuesto que no! Tenemos que seguir con esta lucha, no vale rendirse aunque tengamos miedo. No hay otra opción.

— ¿Cómo ve el futuro? ¿Se imagina su país sin artículo 230 CP en un futuro?

— Bueno… No lo sé. Ojalá, para eso trabajamos, pero creo que todavía queda mucho camino por recorrer. Mucho…

Túnez: Vivir lejos de los derechos y avances sociales

Micky durante la entrevista

Vivir lejos de la capital, el centro neurálgico del país y semillero de la revolución tunecina del 2011, puede suponer una dificultad extra para muchas personas. Un informe del Real Instituto Elcano del 2017 indica que Túnez fue el mayor exportador de yihadistas durante los años de mayor apogeo del ISIS (casi 5.500 combatientes), la gran mayoría procedentes de zonas rurales. La falta de medios en estos territorios ha recrudecido tanto en la últimos tiempos que en 2017 se batió el récord de tunecinos que migraron a Italia a través del Mediterráneo con casi 5.000 personas, según la Organización Internacional de Migraciones (OIM). En este contexto, la consecución de libertades plenas en pequeñas ciudades apartadas o pueblos más pequeños se antoja una empresa imposible.

Micky (nombre ficticio) lo sabe. Lo ha sufrido. Ahora, a sus 36 años, cuenta que procede de una zona rural, una pequeña ciudad por la que la revolución pasó a hurtadillas y con una marcada tradición religiosa de arraigo conservador. “Cuando descubrí que amaba a los hombres y no a las mujeres vivía en medio de ambiente muy conservador. Mi familia es muy religiosa, la gente en la calle… Yo me sentía como el único homosexual del mundo”, dice. Micky prefiere no revelar su verdadero nombre y que su rostro no sea revelado en ninguna fotografía. “Aunque no molestamos a nadie la ley nos prohíbe. Yo creo que todo el mundo debería tener derecho a ser libre, a controlar su propia vida, pero aquí no es posible”, afirma.

Dice Micky que es difícil ser homosexual en las ciudades más pequeñas y no sólo por la prohibición explícita del artículo 230 CP. Cuenta que en las calles, en los vecindarios o en las propias familias, la homofobia tiene raíces históricas que ahora resultan difícil de extirpar. El informe ‘Homofobia de Estado’, de la International Lesbian, Gay, Bisexual, Trans and Intersex Association (ILGA) recoge términos parecidos. El texto, que cifra en 72 los países que criminalizan la homosexualidad y en 8 los que la castigan con pena de muerte, califica como “sumamente peligroso” la expresión de la diversidad sexual en los países del Magreb, Marruecos, Túnez, Libia y Egipto y alerta del aumento de la presión sobre las minorías sexuales en estas naciones por el “incremento de la influencia y el control del movimiento islámico”.

Hace unos años, Micky mudó su residencia: por motivos laborales dejó su pueblo natal atrás y se fue a vivir a Túnez, la ciudad que comparte nombre con la nación. Su vida cambió cuando compró un ordenador para su nuevo domicilio, lo conectó a internet y descubrió que en su país había más gente en su situación. “Hablé con muchas personas que tenían los mismos miedos y problemas que yo. Una de ellas me dio su número, le llamé y nos vimos. Fue la primera vez que quedé con un hombre”, recuerda. Aquella cita fue el inicio de su doble vida: una en público con los compañeros de trabajo, sus amigos de infancia o su familia; y otra en privado con su pareja y con una intimidad amenazada. “Tengo que hacerlo así; yo no muestro que soy gay salvo con otros gays. Mi gente nunca aceptarían la verdad”, afirma.

El testimonio de Micky resulta fácil de verificar. Ali Bousselmi, cofundador y director ejecutivo de Mawjoudin We Exist, uno de las asociaciones LGBTI más importantes del país, explica que algunas personas, cuando hacen pública su orientación sexual, tienen que abandonar sus estudios o dejar su empleo. De la misma forma se expresa Mounir Baatour, presidente de Shams, la decana de las asociaciones LGBTI en Túnez, quien denuncia que, actualmente, 70 hombres y mujeres LBGTI viven en cárceles tunecinas como consecuencia del artículo 230 CP. “Sinceramente, creo que hay un 90% de probabilidades de que te discriminen por ser gay en Túnez”, cuenta Micky.

Pese a todo, Micky entona un discurso alejado del pesimismo. Cree que, aunque demasiado lento, hay un proceso en marcha, sobre todo a raíz del 2011, y que la aceptación y la tolerancia crecen en su país aunque a un ritmo insuficiente. “Envidio un poco los derechos civiles que se dan en otras partes del mundo, aunque pasito a pasito vamos a igualarnos. El artículo 230 CP va a ser abolido y quizás, en unos años, los jóvenes puedan mostrar su sexualidad sin problemas”, finaliza.

“Podemos vivir en una burbuja y podemos ser felices, aunque sigue siendo una burbuja”.

Jouhlab posa tras la entrevista.

Jouhlab (nombre ficticio) dice que vive en una burbuja. Una burbuja amplia, ella incluye a todos sus amigos cercanos y también a su familia, pero, con todo, una burbuja. Cuenta que, a sus 26 años, ha conseguido llevar una vida feliz. Su familia ha aceptado que es lesbiana, algunos de sus amigos más cercanos comparten orientación sexual, y a los demás los describe como “de mentalidad abierta”. “Menos en el trabajo, que no digo nada a nadie, yo puedo comportarme normal en todos los lugares”, confirma.

Lo cierto es que todas las mujeres lesbianas de Túnez sufren una doble discriminación: por un lado, la que marca el artículo 230 del Código Penal, que pena la homosexualidad con hasta tres años de prisión. Por otro, la que supone ser mujer en una nación donde el islamismo más radical echó raíces en el pasado y que todavía no ha conseguido sacudirse del todo. Y eso que, en lo que concierne a los derechos de las mujeres, este país del Magreb ha conseguido avances significativos: las parlamentarias llegan casi al 30%, récord en el mundo árabe, y desde hace unos meses hay una mujer por vez primera al frente de la alcaldía de la capital, algo que no ha pasado todavía en ninguna nación de la misma zona geográfica.

Yamina Thabet, presidenta de la Asociación Tunecina de Apoyo a las Minorías y médica de profesión, lo tiene claro cuando es preguntada sobre esta cuestión. “No resulta extraño que detengan a una mujer solo por ir de la mano por la calle con otra mujer. De hecho, es relativamente común”, afirma. Y prosigue cuando habla de feminismo. “Aquí las mujeres sufren violencia cada hora, en las calles, en las casas… Todavía es difícil hablar sobre sexualidad desde una perspectiva científica. Los hombres y las mujeres se supone que tienen los mismos derechos, pero oficialmente ellas, por ejemplo, deben llegar virgen al matrimonio. Los hombres no”, confirma.

Jouhlab afirma no haber sido nunca víctima de violencia, pero recuerda algunas fases difíciles de su vida. “La primera vez que me enamoré de una mujer fue con 24 años. Me dije: ok, te gusta esta chica, acéptalo. Tuve algo de miedo al principio, no quería ir con ella a lugares públicos ni pasear por la calle, pero me sentía muy bien. Paso a paso me acostumbré. Dejó de importarme que me vieran con ella. No en todos los lados, pero en muchos sitios sí”, afirma. Jouhlab ha vivido y disfrutado los avances obtenidos tras la revolución y achaca a los medios de comunicación estos avances. “Las generaciones más jóvenes ahora tienen cada vez menos problemas en expresar, en edades más tempranas, su orientación sexual. En los medios ven que la homosexualidad está más aceptada y para ellos es más fácil hablar sobre ello, no sienten represión”, razona.

Como la mayoría de las personas de la comunidad LGBTI en Túnez, Jouhlab califica el artículo 230 del Código Penal de “vergüenza” y opina sobre el futuro de su país en este sentido. “El problema es que no estamos seguros de que vaya a desaparecer en los próximos años. Hay mucha gente que está a favor de este artículo y no sé cómo va a evolucionar esto en el futuro. No sé si va a ir a mejor o a peor. Algunas cosas hacen que sea optimista: hay bares en los que puedes ver a dos hombres besándose, por ejemplo, y es algo que era impensable tan solo unos años atrás. Hay organizaciones, como Shams, que organizan eventos y tienen muchísima repercusión. No podíamos ni soñarlo en el pasado. Pero cuando ves las declaraciones de los políticos… Yo me voy a ir de Túnez dentro de un año y la razón principal es que soy lesbiana. Hay otras razones también, pero no sé si dentro de 10 años podré ser feliz aquí. No estoy segura de lo que va a ser de mi futuro…”, explica.

Jouhlab señala lo tradicional de la sociedad y el arraigo religioso como factores fundamentales de represión y principales obstáculos en el futuro, algo que no es ajeno al resto de países del Magreb. El último informe ‘Homofobia de Estado’ de ILGA (International Lesbian, Gay, Bisexual, Trans and Intersex Association), que cifra en 72 los países que criminalizan la homosexualidad y en 8 los que la castigan con pena de muerte, recoge términos parecidos. El escrito califica como “sumamente peligroso” la expresión de la diversidad sexual en los países del Magreb Marruecos, Túnez, Libia y Egipto y alerta del aumento de la presión sobre las minorías sexuales en estas naciones por “el incremento de la influencia y el control del movimiento islámico”.

LGBTI en Túnez, el suspenso de una democracia naciente

Khalil y Abbas, pareja gay tunecina.

Asociaciones y activistas piden la despenalización de la homosexualidad y denuncian la práctica del test anal como prueba legal por parte de las autoridades.


“Bueno… Creo que ya se puede hablar en privado de la situación de las personas LGBTI aquí. Antes del 2011 era imposible, pero ahora hay asociaciones, salen cosas en la tele que incluso te hacen descubrir las opiniones de tus padres… Para mí, tu vida, si eres gay en Túnez, depende de la gente que conoces, de las personas que te rodean”. Khalil (nombre ficticio), un joven de 26 años, habla sentado alrededor de una mesa en la terraza de un conocido local de ocio del centro de Túnez, la ciudad capital del país homónimo. Lo hace junto a Abbas (nombre ficticio), su novio desde hace algo menos de dos años. Es viernes por la noche y Khalil y Abbas irán después a divertirse un rato. “Ya hay sitios donde podemos ir juntos, incluso a algún bar… pero hasta un cierto límite, claro”, explica.

Los límites de los que habla son los que impone la ley. En Túnez, la homosexualidad no está permitida. El artículo 230 del vigente Código Penal la prohíbe expresamente. “La sodomía, si no entra en ninguna (condena) de los casos incluidos en los artículos anteriores, será castigada con penas de hasta tres años de prisión”, reza el texto, residuo del antiguo Código Penal francés en el cual el legislador tunecino ha sustituido la práctica sodomía por homosexualidad para incluir también a las mujeres en la tipificación. Sus consecuencias: 79 personas arrestadas en 2017 y 60 actualmente en prisión según los datos de Shams, la asociación LGBTI más seguida del país.

La rigidez en la aplicación de esta ley choca con los avances jurídicos y sociales que ha experimentado Túnez en los últimos años, sobre todo a raíz de la aprobación de la nueva Constitución de 2014, la más avanzada del mundo árabe, que recoge libertades individuales y permite la creación de asociaciones. Por ejemplo, en 2017 nació en el país la primera Asociación de Ateos del Mundo Árabe, arropada por unas 400 personas. Ese mismo año el parlamento aprobó la abolición de una ley de 1973 que no permitía a las mujeres casarse con un hombre no musulmán. Las parlamentarias llegan casi al 30%, también récord en naciones musulmanas, y desde hace unos meses hay una mujer por vez primera al frente de la alcaldía de la capital. Pero, en lo concerniente a la homosexualidad, sigue vigente un artículo de una ley de principios del siglo XX que muchos tildan hoy de inconstitucional y que, como reconoció en 2015 el propio presidente tunecino Béji Caïd Essebsi durante una entrevista concedida a una televisión egipcia, no tiene visos de abolirse en un futuro cercano.

Khalil y Abbas se interrumpen, se ríen mientras charlan y discuten entre ellos los puntos en los que no encuentran acuerdo, pero todo sin ninguna muestra de cariño, ninguna caricia ni tampoco beso alguno que pueda delatarlos. El primero recuerda el bullying que sufrió en el colegio, cómo se esforzó durante los años de instituto en construir una nueva reputación, otra imagen basada en hablar con chicas y en tener amigos heterosexuales y cómo la Universidad le ayudó a conocer a gente nueva, más abierta, y a aceptar su homosexualidad. El segundo explica que empezó a sentir atracción física hacia otros chicos a los doce años y que, algún tiempo después, optó por ir al psiquiatra. “Yo no lo terminaba de admitir, pero él dijo que no me preocupara, que cuando cumpliera 20 años todo iba a ser ‘normal’”.

—“De mi familia, sólo mi hermana sabe que soy homosexual. Quizá mi madre lo sospeche, pero yo nunca le he dicho nada. De todas formas, creo que ellos no me repudiarían como hacen en otras casas”, afirma Khalil.

—“En la mía sólo lo sabe mi prima. Se lo dije hace algún tiempo. Pero, la verdad, creo que mi madre también”, replica Abbas. “Mira” —dice a modo de conclusión—, “ahora todo el mundo tiene acceso a internet. Hay mucha información. También las series europeas o estadounidenses ayudan a visibilizar la homosexualidad. Pero todavía queda… Me dan envidia otros países, esos en los que puedes ir de la mano de tu novio por la calle”.

La pareja apura sus bebidas antes de levantarse de las sillas y abandonar el local. “Yo nunca he pasado miedo por ser gay aquí. Hay gente, como nosotros, que puede llevar una vida cómoda si no muestra amor o cariño en público. Si las autoridades te ven actuar de una forma afeminada puedes tener también problemas. Pero depende de quién se encuentre a tu alrededor. Lo cierto es que, en Túnez, muchas personas están pasando ahora mismo por situaciones muy difíciles”, lamenta Khalil. Después se despide, se sube a su coche y se pierde en la oscuridad de las céntricas calles de la capital.

 

LA PRUEBA DEL TEST ANAL Y LA LUCHA CONTRA LA LEY

 

Khalil y Abbas posan frente a una proyección de la bandera LGBTI.

Mounir Baatour rebusca entre los ordenados papeles que descansan apilados en la mesa de su despacho adornado con una veintena de reconocimientos internacionales por su labor como activista. Tiene unos cincuenta años, un aspecto formal y despreocupado, y vive de su bufete de abogados en un barrio algo alejado del centro de Túnez. Baatour es el presidente de Shams, Por la Despenalización de la Homosexualidad, la primera asociación LGBTI tunecina que él mismo fundó tras pasar un tiempo en prisión. “La situación de la comunidad LGBTI aquí es catastrófica”, resume con rotundidad. Lo ilustra al mostrar los documentos que acaba de encontrar. “Mira; son dos test anales. Uno de ellos realizado el año pasado a un joven de 23 años”, afirma señalándolos. “Los hacen médicos, pero en realidad son torturadores. Estas pruebas son formas de violación: un doctor te introduce el dedo en el ano para saber, supuestamente, si has mantenido relaciones sexuales con otros hombres”.

Los test anales son otras de las consecuencias del artículo 230 CP y una de las prácticas más denunciadas por las asociaciones de Derechos Humanos de Túnez y por las ONGs allí asentadas. “Hablar de esta práctica es, obviamente, hablar de torturas. Cuando arrestan a una persona por su apariencia homosexual y le realizan un test anal, lo someten a un tipo de tortura y no a una prueba con alguna validez científica”, sentencia Yamina Thabet, médico, activista y presidenta de la Asociación Tunecina de Apoyo a las Minorías. “La persecución a las minorías sexuales en la ley es inconstitucional. Resulta inaceptable que pase esto porque lo único que se ha votado ha sido la Constitución y en ella se pidió libertad y privacidad”, sostiene.

Las palabras de Baatour no distan mucho de las de Yamina. “Nuestra principal meta es la abolición del artículo 230 CP y de los test anales, una tortura”, insiste, y se queja también de la incesante persecución a la comunidad homosexual en Túnez. “No hay voluntad política para revertir esta situación. Los partidos dicen que no es tiempo de abordar este tema. Sólo tres parlamentarios (de los 217 que componen el ejecutivo tunecino) se han manifestado a favor de la derogación del 230”. Shams ha promovido una petición internacional que ha conseguido más de 50.000 firmas, ha publicado el primer número de su revista y ha puesto en funcionamiento su gran proyecto: la primera radio de temática LGBTI del mundo árabe. Y por problemas de financiación tiene en el tintero otros como la creación de una aplicación móvil que sirva para comunicar a todas las personas LGBTI en el país. “Seguiremos con la lucha por los derechos civiles”, concluye.

Otras asociaciones han seguido el camino de Shams y ahora luchan por objetivos iguales. Es el caso de Mawojoudin We Exist, un colectivo fundado en el 2015 y que en enero de 2018 obtuvo notable difusión en medios internacionales cuando organizó la primera edición de su Festival de Cine Gay de Túnez, un evento al que asistieron unas 700 personas y en el que se proyectaron 13 películas. “Antes del 2011 el tema LGBTI era tabú. Y ahora mira… Las asociaciones nos movilizamos bastante. Pero todavía hay muchos problemas. Con las familias, por ejemplo. O también con los estudios o en el empleo. Algunos compañeros han tenido que dejar de estudiar o les han echado de sus trabajos cuando han hecho pública su orientación sexual”, explica Ali Bousselmi, cofundador de Mawjoudin y su actual director ejecutivo.

Bousselmi confirma también que uno de los principales ejes de actuación de Mawjoudin es la lucha por la abolición del artículo 230 CP, aunque entona un discurso más optimista que el de Baatour. “Creo que hay que ser realista. No puede decirse que no se haya visto una evolución social en estos años. Podemos organizar actividades en público, ha crecido la visibilización… Hay muchos problemas políticos pero, aunque queda un largo camino, el trabajo de varias asociaciones ha propiciado que se den grandes pasos”, reflexiona. Además de a Shams, Bousselmi se refiere a Damj o a Chouf, otras dos activas agrupaciones tunecinas de defensa de los derechos LGBTI.

 

VIVIR BAJO PRESIÓN

 

Los derechos humanos deben ser respetados, y la libertad en materia de identidad de género y orientación sexual son derechos humanos. En Túnez y el Magreb se violan de manera reiterada tanto a nivel ciudadano y social como desde el propio estado”, explica José María Núñez, presidente de la Fundación Triángulo, una ONG española que, financiada por la AEXCID (Agencia Extremeña de Cooperación), lleva a cabo programas para trabajar los avances de derechos LGBTI en el Magreb y en iberoamérica. “No cabe la defensa de unos valores culturales o religiosos como escudo o argumento”, resume. El último informe ‘Homofobia de Estado’ de ILGA (International Lesbian, Gay, Bisexual, Trans and Intersex Association), que cifra en 72 los países que criminalizan la homosexualidad y en 8 los que la castigan con pena de muerte, recoge términos parecidos. El escrito califica como “sumamente peligroso” la expresión de la diversidad sexual en los países del Magreb Marruecos, Túnez, Libia y Egipto y alerta del aumento de la presión sobre las minorías sexuales en estas naciones por “el incremento de la influencia y el control del movimiento islámico”.

 

Micky durante la entrevista.

Micky (nombre ficticio) también sabe de presión y de tener que esconderse. Tiene 36 años y no fue hasta hace cinco que compró su ordenador, se conectó a internet y descubrió que en Túnez había más gente en su situación. Cuenta que procede de una zona rural, una pequeña ciudad por la que la revolución pasó a hurtadillas y con una marcada tradición religiosa y conservadora. “Me sentía como el único homosexual del mundo. Ahora es como si llevara una doble vida. Con mi familia, en el trabajo o con mis amigos soy de una manera. En privado, de otra. Creo que ellos nunca lo aceptarían”, explica tranquilo después de pactar, como Khalil y Abbas habían hecho días antes, que su nombre real o las fotografías de su rostro no serían publicados tras la entrevista. “No molestamos a nadie, pero la ley nos prohíbe. Yo creo que todo el mundo debería tener derecho a ser libre, a controlar su propia vida”.

Yamina Thabet: “Las autoridades de Túnez violan la intimidad de las personas para comprobar su homosexualidad y con ello violan también nuestra Constitución”.

Yamina Thabet durante la entrevista

Yamina Thabet es la presidenta de la Asociación Tunecina de Apoyo a las Minorías. Médico de profesión, es una de las voces más autorizadas para hablar de la discriminación que sufre la comunidad LGBTI en Túnez y para denunciar la aberrante práctica de los test anales, “un examen que es un tipo de tortura y de la que, además, nadie ha podido comprobar su validez científica”. Su propuesta pasa por luchar contra el 230 CP amparándose en la Constitución, la única ley votada por todos los tunecinos y en la que se recogen libertades individuales y el respeto a la intimidad y a la privacidad.

— ¿Cómo ve la situación LGBTI en Túnez? ¿Qué ha cambiado desde la revolución?

— Llevamos siete años en que ya podemos discutir sobre situaciones LGBTI en Túnez. Siete  años, desde la aprobación de la Constitución, en los que hemos luchado por la identidad de las minorías sexuales. Para ser claros, en Túnez, por el artículo  230 CP, está prohibido ser homosexual, y eso es algo inconstitucional. Nuestra nueva constitución, la del 2014, recoge que todas las personas deben ser protegidas y respetadas en su intimidad. Las autoridades violan la intimidad de las personas para saber si alguien es homosexual, por lo tanto también violan la Constitución.

— ¿Se refiere a los test anales?

— Claro, es un tipo de tortura. Aquí se produce una hipocresía en nuestra sociedad: decimos que estamos luchando contra la tortura y nuestro gobierno apoya los test anales. En ocasiones, chavales jóvenes han sido detenidos en la calle sólo por parecer homosexuales. ¿Quién sabe cuál es su concepto de ser homosexual? Tal vez los que les parezcan a ellos afeminados…

— Los test anales los hacen médicos profesionales

— Pero va contra los principios de la medicina: no se puede hacer nada si no va a favor de la salud de alguien, por su beneficio. Lo más importante es no hacer daño al paciente. Además no está científicamente comprobado que estos test tengan validez alguna. Las víctimas son víctimas olvidadas; la gente no habla de ellos porque la sexualidad en Túnez, en general, es tabú.

— ¿Para toda la sociedad?

— Estamos, la sociedad en general, haciendo progresos, pero creo que no es suficiente. Personalmente, creo que con esta ley es muy difícil combatir la homofobia en Túnez. Necesitamos que mujeres y hombres, lesbianas y homosexuales, hablen libremente sobre homofobia y persecución, pero ¿cómo pueden hacerlo si tienen miedo de ser arrestados e ir a la cárcel? Es muy complicado. Ten en cuenta que lo ilegal no son sus opiniones, sino ellos. Son gente ilegal y no es algo que venga de fuera, sino de dentro.

— ¿Por qué?

— Muchos políticos dicen que no pueden tocar esta ley porque los tunecinos no la aceptarían. Pero realmente en lo único que se votó, la Constitución, la gente se expresó de otra manera: dijeron que sí a las libertades individuales, al respeto a la intimidad y a la vida privada.

¿Cómo se lucha contra este artículo y contra toda la persecución de la que habla?

— Nuestra asociación cree en los medios legales, en cambiar la ley. Tenemos que discutir las leyes que apoyen cualquier forma de discriminación, ser abiertos de mente. También apoyamos la creación de un Tribunal Constitucional. Tenemos una buena Constitución, pero muchas veces parece que no podemos ampararnos en ella. Pero, repito, lo primero es cambiar la ley, abolir el 230 CP.

— En España se está experimentado un repunte en las enfermedades de transmisión sexual en la población LGBTI, ¿puede hablarme de la situación en Túnez?

— Bueno, es un hecho que si no se habla de homosexualidad, si no hay un debate en torno a ello, es más difícil combatir estas enfermedades, su transmisión y sus efectos. No tengo datos exactos, pero sí es un problema que hay que combatir.

— ¿Cómo ve el futuro de su país?

— Creo que se están dando pasos importantes, pero todavía insuficientes en materia de igualdad, de homofobia o de respeto a las minorías. Aunque hay que ser optimista…

Shams Rad, la primera radio árabe que combate la homofobia

Belhadi Bouhdid, Activista LGBTI y Director de Radio Shams

Pese a la prohibición legal de la homosexualidad en Túnez bajo pena de cárcel y tras haber recibido casi 5.000 amenazas en apenas 6 meses, un pionero proyecto radiofónico LGTBI lucha día a día por extender un mensaje de tolerancia en el mundo árabe


La pecera del estudio de Radio Shams parece la de una emisora común. Quizás algo más humilde, con menos medios que las de las grandes cadenas, pero con los suficientes como para aparentar cierta seriedad informativa. En el centro puede verse una mesa ovalada con seis sillas y siete juegos de micrófonos equipados con auriculares, antipop y otros accesorios. La sala, estrecha pero alargada, luce paredes pintadas con los colores del arcoíris y en ella cabe también un pequeño escritorio que sostiene un ordenador portátil, una pantalla y una mesa de mezclas para las tareas de realización y sonido. Un aparato de aire acondicionado ayuda a pasar los días de calor, que en Túnez, ciudad mediterránea y capital del país homónimo, no son pocos.

Radio Shams podría parecer una emisora común, pero no lo es. Su director, Belhadi Bouhdid, ha puesto algunas condiciones antes de la visita: prohibido revelar el lugar donde se ubica el estudio, prohibido tomar fotos a las paredes, pasillos o escaleras del edificio y prohibido publicar imágenes de los colaboradores que lo pidan. Por si acaso, dice. Bouhdid se encuentra al mando de la primera emisora LGTBI del mundo árabe en un país donde la homosexualidad no está permitida. El artículo 230 de su Código Penal la castiga con hasta tres años de prisión y buena parte de la sociedad, educada en el Islam más conservador, no la acepta. “Desde que empezamos las pruebas en diciembre hasta ahora hemos recibido más de 4.500 amenazas. Mucha gente pretende intimidarnos con palabras violentas o nos desea la muerte, por eso prefiero que nadie sepa dónde estamos”, justifica.

 

Khalil y Abbdas (nombres ficitios), pareja gay tunecina.

El programa que emiten hoy va de tradicionales locales, de su compatibilidad con el respeto a las personas LGTBI. Bouhdid preside la mesa y dirige las intervenciones de los colaboradores: dos activistas tunecinos de unos veinte años, una estudiante tailandesa y otro estadounidense, ambos también alrededor de la veintena. La charla, en árabe, es enérgica pero distendida y alegre. Sólo un gato distrae de vez en cuando a los tertulianos, un felino atigrado que custodia el piso donde se encuentra la emisora cuando no hay nadie allí. “La idea de la radio surgió en el verano del 2017. Queríamos visibilizar a la comunidad LGTBI en Túnez y mostrar sus derechos”, dice Bouhdid. Cuando finalmente nació, en diciembre de ese mismo año, la bautizaron con el mismo nombre que el de la asociación que la puso en marcha, Shams, la decana (echó a andar en 2015) de las asociaciones LGTBI en Túnez, la más seguida y de la que Bouhdid es miembro.

 

MENSAJES A LA SOCIEDAD CIVIL

 

“Aquí lanzamos mensajes para proteger a todas las personas de esta sociedad, defendemos los derechos de las personas homosexuales en Túnez, tratamos de visibilizar la situación LGTBI  y de denunciar la violencia institucional, económica y social”, afirma Bouhdid tras ordenar una pausa en el programa, que ahora ofrece una pegadiza música local. La radio, de momento, sólo emite por internet, en streaming. “Pasarnos a la frecuencia modulada saldría muy caro, alrededor de 40.000 dólares, y también sería difícil obtener la licencia del gobierno, así que de momento seguiremos haciéndolo así. Acceder a nuestros contenidos es fácil”, confirma. En estos primeros meses han evolucionado bastante. Cuenta el director de Radio Shams que, de media, cada programa lo escuchan ya más de 1.000 personas.

 

Mounir Baatour, Presidente Asociación Shams

“No es una radio dirigida exclusivamente al colectivo LGTBI. Nuestro mensaje es para todos los tunecinos. Queremos concienciar a la sociedad civil de que la homosexualidad no es una enfermedad ni tampoco una elección, sólo una orientación sexual, como la heterosexualidad”, explica Mounir Baatour. Abogado de profesión y fundador y presidente de Shams, también ofrece los datos recogidos por su asociación del saldo que dejaron las persecuciones llevadas a cabo en 2017: 79 detenciones, 60 personas actualmente en prisiones del país por no ser heterosexuales y diferentes colectivos señalando al gobierno por permitir la práctica del test anal. La usan como prueba para verificar que dos hombres han mantenido relaciones sexuales y que, por tanto, han infringido la ley. “Puedes imaginarte que en los inicios de la radio tuvimos muchos problemas y recibimos todo tipo de amenazas, pero decidimos continuar. Ahora invitamos a gente que se atreve a acercarse a la radio para contar su experiencia en Túnez”.

Lo cierto es que Radio Shams se ha convertido en un centro neurálgico y cultural del activismo LGTBI en la ciudad y por ella pasan desde activistas con años de compromiso a sus espaldas hasta estudiantes nuevos en el país. Hoy ha sido el turno de la tailandesa Warisa y del estadounidense Andrew, que residen actualmente en Túnez para completar sus estudios. Contactaron con Shams a través de Facebook, otra de las herramientas que se han popularizado en el país del Magreb con la llegada de la democracia y que ayudan a amplificar el mensaje. No en vano, esta asociación cuenta ya con más de 130.000 seguidores en esta red social, una cifra equivalente a casi el 2% de la población total tunecina. “Creo que es importante que la gente tenga un espacio para protestar. La radio es accesible a todo el mundo”, dice él. “La atmósfera aquí parece represiva, aunque creo que ya hay mucha gente de mentalidad abierta”, sostiene ella.

— ¿Pasas miedo?

— No, ya no, — responde Belhadi Bouhdid en el estudio durante la pausa—. Ya tuve problemas en 2015, la primera vez que salí en un medio de comunicación denunciando la situación LGTBI en Túnez.

— ¿Has estado en la cárcel?

— No. La policía me ha interrogado, pero creo que sólo fue para obtener alguna información. Yo tengo el apoyo de organizaciones internacionales y no creo que me ocurra nada.

 

LEGALES PERO ILEGALES

 

Yamina Thabet, Presidenta de la Asociación Tunecina de Apoyo a las Minorías.

Pese a que la homosexualidad está penada en Túnez, tanto Radio Shams como la propia asociación son absolutamente legales. Se amparan en la Constitución de 2014, surgida tras la revolución del 2011 (que desembocó en un régimen democrático), la más avanzada del mundo árabe. “Trajo medidas más eficientes para el reconocimiento de las libertades, especialmente en los artículos 21 y 22, que incluyen la libertad de religión o de igualdad ante la ley”, explica Ramy Salhi, responsable de Derechos Humanos de Euromed (la Unión de Países por el Mediterráneo) en Túnez. También aluden a la Carta Magna las asociaciones LGTBI y otras defensoras de Derechos Humanos y tachan el artículo 230 del Código Penal de inconstitucional. “ “El artículo 230 CP atenta contra la Constitución; va contra la única ley que han votado los ciudadanos. No se puede violar la privacidad de nadie”, sostiene Yamina Thabet, presidenta de la Asociación de Apoyo a las Minorías de Túnez.

¿Cómo conseguir revertir esta situación de ilegalidad? La respuesta resulta algo compleja. “Es imprescindible la diplomacia y la incidencia política de los organismos internacionales, especialmente de la Unión Europea y de la ONU”, afirma José María Núñez, presidente de la Fundación Triángulo, ONG extremeña que trabaja en un proyecto de visibilización de la persecución a las personas LGTBI en el Magreb. Pero Bouhdid lo ve lejos todavía. “Yo no creo que el artículo 230 vaya a ser abolido en cinco o diez años, pero con instrumentos como la radio podemos defender nuestros derechos y darles difusión. Es difícil porque luchamos contra una parte de la sociedad que es homófoba, religiosa y conservadora”, valora. “Creo que la situación de las personas LGTBI en Túnez es catastrófica, pero si no somos optimistas nosotros…”, prosigue. Y explica la dejadez institucional política al abordar el tema. “Sólo tres parlamentarios de 217 apoyan la despenalización de la homosexualidad aquí y necesitamos al menos 10 para iniciar un debate. Hemos contactado con algunas autoridades y hemos difundido nuestro argumentario, pero parece que muchas veces sólo son folios que acaban en la papelera”.

 

Ramy Salhi, Responsable de Derechos Humanos de Euromed

Ramy Salhi, Responsable de Derechos Humanos de Euromed

Tras otra pausa en la emisión, Bouhdid apura su cigarillo y vuelve a sentarse delante del micrófono, se pone los auriculares y espera a que la bombilla roja de la pared se encienda para dirigir de nuevo la programación. “Seguiremos buscando socios que apoyen nuestra lucha”, ha comentado esperanzado instantes antes. La Embajada de Holanda ya financió su proyecto de radio y también pusieron en marcha una campaña de Crowdfunding. En el futuro, dedicarán su tiempo a seguir encontrando financiación, a proteger los derechos LGTBI hasta que deje de imponerse la intolerancia y a difundir un mensaje de respeto e igualdad. “Mientras haya una sola persona gay en Túnez la defenderemos y la emisora, Shams Rad, tendrá sentido”.